martes, 24 de febrero de 2009

GLOBALIZACION Y EDUCACION

El fenómeno de la globalización se está convirtiendo paulatinamente en un referente cotidiano, en un
elemento importante de nuestro escenario vital, y extiende su incidencia a muy diversos ámbitos –
conómicos, culturales, sociales- entre los que el mundo de la educación encuentra también, cada vez
más, un lugar destacado.
No resulta exagerado afirmar que la educación está abocada a sufrir serias transformaciones, tanto en
sus elementos más inmediatos, didácticos, microsistémicos, como pueden ser los procesos de enseñanza
y prendizaje, hasta los componentes más complejos, estructurales y macrosistémicos, como la propia
organización del sistema educativo. Un sistema educativo que, no debemos olvidarlo, hemos construido
y conseguido extender a la mayor parte de la población a lo largo del pasado siglo, y que se ha
convertido en un referente social, político y en gran medida económico fundamental para las sociedades
contemporáneas.
El planteamiento que ha de hacerse de la educación para la vida en un mundo global es mucho más
complejo en cierta forma que la idea de educación que, procedente de la “Ilustración”, ha impregnado
nuestros sistemas educativos actuales. Como afirman Nicholas Burbules y Carlos Torres (2001), “la
familia, el trabajo y la ciudadanía, principales fuentes de identificación en la educación de la Ilustración,
siguen siendo importantes, ciertamente, pero se están volviendo más efímeras, comprometidas por la
movilidad y la competencia con otras fuentes de afiliación”.
La educación en un mundo globalizado diversifica cada vez más sus canales formativos: a la influencia
de la escuela se suman las posibilidades educativas de los medios de comunicación y de la cultura de la
imagen, de otras vías de educación informal y no formal. Una parte de esa educación “global” se
encamina, sin embargo, no tanto a la formación de identidades diversas como de identidades globales,
cosmopolitas, viables en contextos diferentes, y para ello flexibiliza sus propuestas de forma que sean
asequibles a los diferentes entornos culturales, a las necesidades cambiantes del mundo del trabajo, a la
transmisión a través de los diversos espacios educativos en los que se confunde, cada vez más,
formación con información, aprendizaje con consumo,… Se abren así posibilidades e incertidumbres, se
cruzan una serie de perspectivas que los educadores debemos conocer y debatir, sintiéndonos
implicados en esa búsqueda de nuevas identidades que supone la sociedad de la globalización.
Así pues, ¿cuál es el papel de la educación en el intento de formar las actitudes, valores y
conocimientos de los ciudadanos de este mundo cada vez más cosmopolita?
. EL FENÓMENO DE LA GLOBALIZACIÓN
Como primer paso conviene definir con la mayor claridad posible el término que marca el punto de
partida de este entramado, el concepto de globalización. El término “globalización” es un término inglés,
sinónimo de lo que en francés se denomina “mundialización”, y viene a mostrar cómo la sociedad actual
es cada vez más la sociedad de la interdependencia, de la proximidad cultural, de la reducción de las
barreras geográficas y temporales. Como señala Joaquín Estefanía (2002), una sociedad en la que “nos
parecemos más y actuamos de modo crecientemente semejante”, en la que se afianza la idea de que
vivimos en un mismo y cada vez más reducido mundo.
El concepto de globalización fue acuñado en 1992 por Ronald Robertson, de la Universidad de Pittsburg,
para referirse a la intensificación de la conciencia del mundo como un todo, al proceso social por el cual
se verifica un retraimiento de las determinaciones geográficas sobre las prácticas culturales y sociales.
Por su parte Anthony Giddens (1994), profesor de sociología en Cambridge, ha definido también la
globalización como la "intensificación de las relaciones sociales en todo el mundo, por la que se enlazan
lugares lejanos, de tal manera que los acontecimientos locales están configurados por acontecimientos
que ocurren a muchos kilómetros de distancia o viceversa".
Junto a estas apreciaciones acerca de lo que es y supone la globalización, es importante también
dilucidar el significado de otros dos conceptos que con mucha frecuencia la acompañan, y cuyo uso
indiferenciado puede inducir a la confusión: los conceptos de globalismo y glocalización. Con el término
globalismo se hace referencia a la ideología de la globalización, según la cual todos los problemas
pueden resolverse en el mercado global; es la expresión que precisa cómo se ha extendido la economía
de mercado a nivel planetario. Con el término glocalización (Robertson 1992), como veremos más
adelante de importantes connotaciones en el ámbito educativo, se quiere hacer referencia a una visión
dialéctica de la globalización en relación a la perspectiva local, que hace hincapié en un sentido nuevo
del espacio, de los “lugares” del planeta, y que parte de la idea de que no se puede entender la
globalización sin el concepto de lo local, de lo próximo y cotidiano.
La globalización, el globalismo y la glocalización se manifiestan a través de una serie de
acontecimientos, peculiares e interconectados, que vienen a indicar cómo se están construyendo las
nuevas estructuras del nuestro sistema vital, cuáles serán las propiedades emergentes de la sociedad
del siglo XXI. Entre ellos podemos citar como más relevantes, y sin ánimo de ser exhaustivos, los
siguientes:
• La mundialización de la economía, cuyas características básicas son la interdependencia cada vez
mayor de las economías de los distintos países, el incremento de las transacciones internacionales
de bienes y servicios, junto a los flujos crecientes de capital. Y como consecuencia de todo ello, el
tránsito del poder político al poder comercial del mercado global único, de forma que los estados
estarían siendo sustituidos, en importantes espacios de toma de decisiones económicas y
sociopolíticas, por las empresas, organismos y entidades transnacionales.
• La revolución tecnológica, caracterizada por diversos acontecimientos que hacen notablemente
peculiares nuestras sociedades del siglo XXI: la informatización generalizada de los sectores
productivos y de la vida cotidiana; la revolución en las comunicaciones a través de la red virtual; la
reducción de las distancias geográficas con el uso masivo de los nuevos medios de transporte, y
otros no menos significativos e impactantes como pueden ser los grandes avances de la medicina y
la atención sanitaria, con sus efectos sobre la situación demográfica del planeta, o las implicaciones
que para un futuro no tan lejano tienen los nuevos descubrimientos en el ámbito de la
biotecnología.
• La tendencia a la homogeneización cultural, caracterizada por la pérdida de diversidad cultural que
revela la progresiva desaparición de antiguas culturas en el planeta, acentuada por los mensajes
cada vez más uniformadores difundidos desde los medios de comunicación de masas y la publicidad,
e influida, en un sentido aún poco definido, por el mestizaje cultural que suponen los diversos y
amplios movimientos migratorios iniciados en el pasado siglo.
• La cultura del “trabajo frágil”, en la que disminuyen las posibilidades de disponer de seguridad y
estabilidad en el empleo, en la que el tiempo se organiza de forma flexible, y en la que muchas
veces es necesario trabajar en varios lugares para poder mantener el mismo nivel de vida (Beck
1998).
• La “sociedad del riesgo”, a la que se incorporan en clave de complejidad las amenazas actuales a
nuestra subsistencia, desde las manifestaciones más violentas del terrorismo internacional a las
nuevas enfermedades (SIDA, “vacas locas”,…) o las catástrofes ecológicas asociadas a la crisis
ambiental, todas ellas de alcance global.
• La creciente convivencia de diferentes modelos de organización mundial: por una parte los estados
nacionales y las relaciones entre ellos; por otra el protagonismo creciente de las organizaciones
transnacionales (económicas, como las grandes multinacionales, o sociales, como las
Organizaciones No Gubernamentales) y los organismos intergubernamentales (Banco Mundial,
Fondo Monetario Internacional, Organización Mundial del Comercio,…). Y todo ello sin olvidar el
papel clave en esa organización global de la superpotencia hoy dominante, los Estados Unidos.
Todo ello nos conduce, con argumentos razonables, a respaldar la idea de que vivimos en un mundo
difícilmente predecible, donde las consecuencias de las decisiones -de los gobiernos, de las empresas, de
los individuos- son cada vez más difíciles de anticipar, donde la incertidumbre es parte de nuestra vida,
de la esencia de nuestras sociedades avanzadas, a veces vertiginosa y peligrosamente avanzadas

Robertson introduce un nuevo término que relaciona lo global y lo local, el término “glocal”, y define el
proceso de “glocalización” (Beck, 1998) como una secuencia que supone el cambio en la organización de
los estados, de las naciones, hacia una nueva estructura de toma de decisiones que puede interpretarse
encauzada en tres direcciones:
• hacia dentro, hacia la participación de la propia sociedad que constituye el estado en la
determinación de sus metas y logros,
• hacia fuera, en relación con las nuevas redes de decisión y puntos nodales de los escenarios
políticos transnacionales.
• Y hacia abajo, hacia lo local, en un proceso de localización de lo global y de globalización de lo local
que contrasta con el planteado por Prebisch en su conocida teoría del centro y la periferia.
En lo que se refiere a los sistemas educativos, el sentido de este proceso de glocalización supone
también una serie de tendencias:
• Hacia la participación de la sociedad en la toma de decisiones sobre su propio futuro, utilizando los
nuevos espacios sociales de la educación –la educación virtual, la educación no formal e informal,
interactuando de forma peculiar con la educación reglada- y recuperando las propuestas de
“sociedad educativa” ya formuladas el pasado siglo. Se trata aquí de abordar, desde el ámbito
educativo, ese carácter endógeno, “hacia dentro”, descrito por Robertson en el proceso de
glocalización.
• Educando, esta vez en sentido exógeno, para la comprensión de los escenarios globales y las
nuevas redes de relaciones que en ellos se tejen. Como paso previo, formando desde el
conocimiento, la comprensión y la toma de conciencia de los límites del sistema en el que vivimos, y
planteando simultáneamente un modelo de sociedad y de educación “sostenibles” que actúe sobre
las emergencias del sistema, aquellas de sus cualidades que sin estar localizadas específicamente
en alguno de sus componentes, tienen una importante capacidad de transformar el sistema mismo.
Estamos aquí hablando de una educación glocal “hacia fuera”, desde la frontera más o menos nítida
entre lo próximo y lo global.
• Provocando, por último, la reflexión sobre los desequilibrios de la educación a nivel local -entre las
sociedades hoy dominantes y sus periferias- y sobre la mundialización educativa, que aborda en
este momento el crucial debate sobre la educación entendida como servicio público o su
consideración como bien de consumo.
Si la educación, como proponen Burbules y Torres (2001), es aquella actividad a través de la que nos
hacemos conscientes del mundo en que vivimos, de sus posibilidades y también de sus limitaciones,
vemos cuán esencial es indagar acerca de los diferentes aspectos que hasta aquí hemos ido
describiendo, y lo necesario que resulta aprender a interpretar y a afrontar, desde el ámbito de la
pedagogía, este fenómeno de la globalización que implica formas diversas, muchas veces divergentes,
de satisfacer nuestras necesidades fundamentales.
Un primer paso para ese “hacernos conscientes” del mundo en que vivimos vendrá apuntado por los
nuevos espacios educativos que se van construyendo en la sociedad del siglo XXI, por los cambios que
se vislumbran en el ámbito de la pedagogía de mano de la mundialización de la economía, de la
revolución tecnológica de la información y las comunicaciones, de la lenta e inexorable homogeneización
cultural, sin perder de vista los diferentes contextos en que esos cambios se van implantando, ni las
referencias que una reforzada generación de derechos –derechos humanos y del ciudadano, ecológicos,
de las diferentes comunidades que habitan el planeta,…- nos aportan.
. LOS NUEVOS ESPACIOS SOCIALES DE LA EDUCACIÓN
Si comenzamos abordando, como señalábamos anteriormente, las facetas endógenas, “hacia dentro”,
del fenómeno de la glocalización en el ámbito educativo, hemos de tomar como referencia las pautas
que desde los nuevos espacios sociales de la educación, se vienen marcando a los procesos de
enseñanza-aprendizaje. Es cierto que en los espacios educativos actuales encontramos transformaciones
significativas respecto a épocas anteriores; una de ellas tiene que ver con la gran incidencia de la
denominada educación informal -aquella que tiene lugar espontáneamente a partir de las relaciones del
individuo con su entorno, y que generando efectos educativos no ha sido planificada pedagógicamente
en función de objetivos educativos explícitos-, representada por numerosos e innovadores entornos
educativos, que incluyen desde los programas televisivos a los videojuegos, de la elaboración y consulta
de páginas web a la participación en grupos de correo electrónico, desde la educación a distancia y el
elearning hasta los significativos cambios que se han producido en la educación en el seno de la familia o
en la participación a través de las organizaciones no gubernamentales.
Los medios de comunicación de masas, y en concreto la televisión, son uno de los componentes más
activos actualmente como soportes de educación informal. Una reciente investigación del grupo T.N.
Sofres (2003) señala, por ejemplo, cómo los niños españoles están una media de 218 minutos diarios
ante a la pantalla de televisión, frente a los 300 minutos que pasan en sus centros educativos. Es cada
vez más notoria la influencia de las nuevas tecnologías en la transformación de los sistemas educativos;
diversos, novedosos y en ocasiones contradictorios roles son desempeñados por educadores y
educandos como resultado de las variadas interconexiones que se producen entre los diferentes espacios
educativos hoy posibles.
La Sociedad Red, el Tercer Entorno, el Ciberespacio, la Aldea Global, son términos que intentan
expresar de forma sintética lo que supone esa nueva realidad. Surgen como metáforas de “un medio
ambiente virtual, un espacio inmaterial, no físico pero sí real, donde tiene lugar las actividades que se
llevan a cabo mediante las nuevas tecnologías de la comunicación y la información” (M.A. Murga, 2002),
y que constituye uno de los principales escenarios en el que ha de desenvolverse la nueva Pedagogía. En
nuestros días podemos asistir sin pestañear a eventos que hubieran sido en otro momento
extraordinarios, hasta hace poco improbables, como el que supuso el pasado mes de abril de 2003 la
“Gran Lección”: más de un millón de alumnos participaron en la mayor clase simultánea de la historia.
Durante treinta minutos, en más de un centenar de
países se abordó sincrónicamente y de forma coordinada, gracias a las posibilidades que ofrecen las
nuevas tecnologías de la comunicación, el problema de las desiguales oportunidades en el acceso a la
educación de hombres y mujeres.
Hoy también nos encontramos con uno de los más graves inconvenientes de la globalización de la
información, con la gran contradicción de que resulta más problemático “digerir” la información que nos
llega, aprender a asimilarla, que acceder a ella. Los excesos informativos se convierten en un obstáculo,
y son de escasa ayuda para entender realmente dónde nos situamos, para ser conscientes de los límites
y las posibilidades que nos plantea, y que nos ofrece, el mundo en que vivimos. Se trata del conocido
“principio de transitoriedad”, en virtud del cual hay una estrecha e inversa relación entre la velocidad de
los cambios que se producen en nuestro entorno y la rapidez y la capacidad limitada de la reacción
humana para aprehenderlos (Bouché 2004).
En otra vía de interés primordial en lo que entendemos como procesos de glocalización endógena, esta
vez desde el ámbito de la educación no formal, diversos pedagogos y educadores -Ivan Illich y Everett
Reitmer entre otros- fueron proponiendo en la segunda mitad del pasado siglo, una paulatina apertura a
la influencia formativa de la sociedad de los procesos educativos que tradicionalmente se ubicaban en el
marco escolar; esta “sociedad educativa” vendría necesariamente acompañada de una progresiva
desescolarización de los procesos de enseñanza-aprendizaje.
En ese sentido, más recientemente el italiano Francesco Tonucci (1997) nos anima también, en su
discurso sobre la educación, a romper el monopolio de la escuela, a abrir ésta a su entorno, a construir
la “ciudad educativa” de la que ya se comenzó a hablar en los años sesenta y setenta. Su “proyecto
educativo integrado”, en el que caben la escuela, las organizaciones sociales, el gobierno de la ciudad,
las estructuras productivas, las instituciones culturales, la familia y las redes primarias de socialización,
y su propuesta de “Ciudad de los Niños”, coinciden en numerosos aspectos con los proyectos de Illich y
Reitmer, y forman un núcleo que, junto a las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, cada vez
se acerca más a la idea de una educación “hacia dentro”, de síntesis entre lo glocal y lo local, construida
desde, para y por la sociedad que la cimienta. La progresiva pérdida del monopolio –en educación- de
las estructuras educativas formales –escuela, instituto, universidad- junto a la extensión sinérgica tanto
de la educación informal como de la educación no formal, compone un universo con enormes
posibilidades para la educación que ha de venir.
EDUCACIÓN CIUDADANA Y CONCIENCIA DE LOS LÍMITES
Otra característica esencial de esa educación pensada en términos de futuro, tiene que ver con su
posicionamiento en sentido exógeno, “hacia fuera”, en la interacción entre lo global y lo local que es
nota característica de nuestra sociedad de inicio del tercer milenio. Una educación para la comprensión
de los escenarios globales, para el conocimiento, la construcción cabal y la participación en las nuevas
redes de relaciones que supone el entramado de la mundialización. Podemos observar como los
objetivos de la educación van mutando, poco a poco, hacia la flexibilidad y la adaptabilidad, hacia el
aprendizaje de la coexistencia en espacios diversos –y con frecuencia también divididos por el conflicto-,
hacia la construcción de un sentido de identidad que pueda seguir siendo válido en contextos muy
diversos. La denominada “educación para la ciudadanía mundial” se está convirtiendo en una forma de
canalización de esas expectativas, y se postula cada vez más como uno de los instrumentos capaces de
aportar, en las instituciones educativas locales, nacionales y transnacionales y desde una perspectiva
“glocal”, la conciencia crítica necesaria para dar a conocer y ayudar a tomar decisiones sobre las
consecuencias deseadas y no deseadas del fenómeno de la globalización (Imbernon, 2002; Gimeno
2003).
Señala Gimeno Sacristán cómo la incertidumbre que nos provoca la globalización hace imprescindible
sentar unas premisas básicas que nos ofrezcan alternativas para esa educación de futuro.
“En un mundo interconectado, en el que los poderes se ocultan, las razones se explican con
lenguajes incomprensibles y las relaciones causa-efecto son difíciles de comprobar, la soberanía
popular y el poder del ciudadano para regir los destinos de la sociedad parecen una quimera o
un privilegio reservado a unos pocos. Todas esas nuevas circunstancias afectan muy
decisivamente a los sitemas educativos, a las políticas que se desarrollan para ellos, a las
prácticas educativas y, lo que es más importante, alteran el valor que la educación tiene en sí
misma como proyecto de progreso individual y social” (Gimeno Sacristán, 2003)
El propio Gimeno Sacristán apunta un listado de propuestas, que él denomina la “carta de la educación
democrática del ciudadano”, y que atiende a su libertad y autonomía, a la igualdad y la solidaridad, en
las coordenadas del acceso a la educación, los contenidos y las prácticas educativas, las relaciones
interpersonales y las relaciones de la escuela con la comunidad. Una “carta” para todos los países,
global, que debe ser aplicada en función de las necesidades próximas, locales, en un nuevo ejercicio de
glocalización.
Como se ha venido planteando a lo largo de este trabajo, esa educación para la ciudadanía debe partir
del conocimiento, la comprensión y la toma de conciencia de los límites del sistema en el que vivimos.
Retomando las propuestas de la Nueva Teoría de las Necesidades Humanas Fundamentales, recordamos
que la construcción de conocimientos, el estudio, la investigación y la educación son algunos de los
elementos que aportan satisfacción a la necesidad humana fundamental del “entendimiento” (Elizalde
2001). Educar para la toma de conciencia de los límites de la vida humana en el planeta vendría a
satisfacer no sólo esta necesidad fundamental de “entendimiento”, sino también otras necesidades
fundamentales como la de “subsistencia” o la de “protección”, en ese juego de sinergias a través del
que, al satisfacer una necesidad determinada, se estimula y contribuye a la satisfacción simultánea de
otras necesidades.
Cómo establecemos esas sinergias es algo que la educación ambiental lleva trabajando desde sus
primeros momentos, y que ha ido perfeccionando a lo largo de las últimas décadas. Las elaboraciones
didácticas a partir del estudio y aplicación de instrumentos como el Índice de Desarrollo Humano o la
Huella Ecológica se han convertido ya en una parte muy importante de la nueva educación ambiental, y
multiplican las aportaciones educativas relacionadas con el fenómeno de la globalización. Como señala
Michela Mayer (2001), la educación ambiental abre nuevos espacios para producir nuevos saberes,
saberes críticos que ayuden a enfrentar el desafío de “construir una globalización responsable y
conjugarla con el refuerzo de la identidad local.”
En los últimos años hemos asistido también al desarrollo de múltiples iniciativas educativas, la mayor
parte de ellas promovidas desde el ámbito de la educación ambiental, que han acercado a la educación a
esa conciencia de las fronteras del sistema. Se trata de iniciativas en muchos casos internacionales, que
incorporan a miles de centros educativos en el desarrollo de sus actividades.
El mundo que conocemos, en el que ahora habitamos, es un gran sistema en el que la vida, y
especialmente la vida de los seres humanos, ha alcanzado sus límites de crecimiento ante lo que se
puede entender como un riesgo para la supervivencia.
Precisamente esa necesidad vital, la de subsistir, nos obliga a plantear la importancia de educar para
que todos lleguemos a entender los límites del planeta y de la vida sobre él, tal y como la conocemos.
Unos límites que nos abocan a buscar nuevas formas de satisfacer nuestras necesidades fundamentales
-cuánto más las superficiales y prescindibles- considerando, en primer lugar, lo sustentable o no de
nuestros actos, de nuestras decisiones, en relación a las posibilidades reales de desarrollo en el planeta.
La educación tiene un importante papel en este empeño, y unas obligaciones que dimanan de él.
Transmitir y provocar aprendizajes significativos, permanentes, en la población del planeta, sobre esos
nuevos contenidos formativos; hacerlo en función de unos planteamientos éticos que respondan a las
nuevas formas de satisfacer nuestras necesidades, al modelo sinérgico que las fortalece; construir
propuestas educativas adaptadas a los nuevos espacios de la educación que ya están marcando nuestras
vidas, y ayudar a conseguir el cambio necesario en las formas de hacer, de pensar y de vivir en ese
mundo global. Un mundo global que no debe seguir consintiéndose la triste e insostenible globalización
de la pobreza, de la ignorancia, del deterioro del medio ambiente o de la violencia.
Con las limitaciones que la incertidumbre incorpora a toda propuesta, máxime cuando se navega en el
rumbo de lo complejo, este puede ser un punto de arranque en el debate sobre la educación que nos
viene. Es quizás prioritario, en estos momentos de cambio casi compulsivo, apremiante, plantear bien
las preguntas, comprender el contexto en el que y sobre el que se formulan. Y también lo es buscar
respuestas compartidas a esos problemas cada vez menos lejanos, más comunes y próximos, aportar la
réplica sensata a esas situaciones que, sin dejar de repetirse, no dejan aún de sorprendernos.
EDUCACIÓN “GLOCAL”
En relación con todo lo comentado anteriormente, y a la pregunta que inicialmente nos formulábamos
sobre cuál debe ser el papel de la educación en un mundo globalizado, habría que responder, por tanto,
resaltando la importancia de educar en una serie de actitudes, valores y conocimientos relacionados con
los modos, y no tanto con los productos, bienes o servicios, a través de los que la sociedad de la
globalización satisface nuestras necesidades fundamentales. Este enfoque sobre formas y condiciones,
más que sobre recursos y utilidades, encuentra, de modo sinérgico con lo planteado en relación a una
educación para la sostenibilidad, un punto de referencia esencial en la propuesta de “pensar globalmente
y actuar localmente”. Esta propuesta ha sido enriquecida recientemente con las aportaciones de quienes,
como Ronald Robertson, han reflexionado acerca de sus posibilidades para ser llevada a la práctica. Así,

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